A lo largo de mi vida he probado muchas máscaras, pero la de astrofotógrafo es la que mejor me queda. No es solo mi profesión, sino una forma de vincularme con el mundo. La astrofotografía de paisajes me llevó a pasar incontables noches bajo cielos prístinos, combinando largas exposiciones con contemplación profunda. En el trayecto, seis de mis fotos fueron destacadas como Astronomy Picture of the Day por la NASA —un honor que me ha permitido conectar con una audiencia internacional. Y me convertí en el primer Alpha Aliado de SONY en Uruguay.

A veces, sobre esa, me pongo otras máscaras: la de divulgador de la astronomía —una faceta que cobró nueva forma cuando fui nombrado embajador del programa Astronomy in Chile Educator Ambassadors Program (ACEAP); la de defensor del cielo nocturno, cuando alzo la voz por la protección de la oscuridad natural de la noche como miembro de Dark Sky International; o la de guía del cielo, cuando simplemente acompaño a alguien a mirar hacia arriba y sentir la vastedad.

Durante el día, suelo dejar esas máscaras a un lado y ponerme la de fotógrafo de paisajes —buscando la luz matinal entre la niebla sobre las sierras, o capturando el atardecer junto al mar.

Con los años también llevé otras máscaras: agente de viajes —mi primer trabajo, antes de dedicarme por completo a la fotografía—, bajista —tocando reggae durante años en bares llenos de humo de marihuana y festivales al sol— y webmaster. Cada una fue agregando textura y ritmo al ser que habito.

En mi tiempo libre disfruto las charlas profundas con personas queridas, remar en el río, dibujar, escribir, cuidar mis plantas y tocar la guitarra.

Y cuando no llevo ninguna máscara, me pregunto quién soy más allá de todas ellas —explorando mi mente a través de la meditación y la espiritualidad.

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